La absoluta plasticidad del paisaje

Crítica de arte

La exposición de la artista sevillana Lola Montero en la galería Benot de Cádiz nos reencuentra con una pintura llena de sentido, sin reveses ni dudas

'Lo real imaginado', la nueva muestra de Lola Montero en Benot

Exposición de Loala Montero en la galería Benot de Cádiz.
Exposición de Lola Montero en la galería Benot de Cádiz. / Lourdes de Vicente

La pintura de paisaje presenta infinitas perspectivas -nunca mejor utilizado el término geográfico y visual-. En ella, la premisa significativa de absoluta representación de lo que la vista capta del entorno es llevada a su más amplio estamento semántico. No obstante, tras esa primera gran aseveración, los límites de la pintura paisajística se agrandan exponencialmente y cualquier posible manifestación de la naturaleza que nos rodea es susceptible de entrar en la consideración artística de paisaje.

La Historia del Arte está llena de ello. Pensemos, por ejemplo, en el belga Joachim Patinir, aquel flamenco de entre los siglos XV y XVI que podríamos considerar como el precursor del paisajismo como género pictórico; o en aquellas pinturas paisajísticas, la vedutas, que Antonio Canal, El Canaletto, llevó a la más alta expresión con las ‘vistas’ - de ahí la palabra ‘veduta’- de una espectacular Venecia como protagonista; o en los paisajes de la Escuela de Barbizón y sus postulados a plein-air; así como en la pintura de sus históricos continuadores, los pintores impresionistas franceses. Por tanto, el paisaje en el arte, la representación de la naturaleza o la descripción de lo urbano, ha sido toda una constante que ha perdurado en el tiempo; todo un inmenso episodio artístico en el que tienen cabida las más insospechadas y abiertas situaciones. Paisajismo que es asunto longevo y con absoluta vocación de futuro. El problema es que, a fuerza de repetirse y de acceder al mismo sin excesiva conciencia y preparación artística, tal modo de expresión ha tenido un desarrollo muy dispar, con muchos dientes de sierra, donde se han sucedido muy buenas aportaciones y muy malas -horrorosas- posiciones, promovidas estas últimas por pésimos hacedores de pobreza injustificable.

A Lola Montero siempre la hemos tenido como buena pintora de paisajes. Su larga trayectoria atestigua tal afirmación; en todo momento con felicísimas aportaciones a un paisaje al que ella dota de suma esencia y personalidad. Su obra se ha situado en los parámetros de un expresionismo que se sacude los planteamientos de la figuración imitativa para acceder a segmentos donde lo abstracto no se encuentra muy lejos y se nos aparece con sus determinantes registros plásticos y de suma gestualidad. Paisajes que no admiten discusión, que representan la realidad de una naturaleza a la que se le ha quitado sus argumentos más inmediatos para dejarles sólo su suprema materialidad. En su obra todo se ha reducido al gesto contundente, a la forma plástica que organiza su entramado constitutivo. En la pintura de Lola Montero la realidad, sin quedar suspendida del todo, adopta una clara función formal que magnifica el sentido pictórico y acentúa los márgenes de la expresión.

La autora sevillana vuelve a la que ha sido su galería natural en Cádiz, hasta los feudos de un Fali Benot que, siempre, la ha tenido como una de sus artistas de cabecera, en quien ha confiado y a la que ha abierto sus puertas de par en par para que ella establezca ese concepto paisajístico, lleno de fortaleza, que ha caracterizado a su pintura. La nueva exposición de Lola Montero nos sitúa ante un paisaje de representación matizada, de firma posición expresiva, de gestos pictóricos acertados que asumen un segmento ilustrativo muy difuminado en un marasmo formal que diluye los espacios de la figuración y nos acerca al reduccionista patrimonio de lo casi abstracto. Y es que la pintura de esta artista centra una composición de clara intensidad plástica, con una gran economía cromática -predominio absoluto de las gamas verdes y terrosas- que incide poderosamente en el manifiesto potencial expresivo que magnifica el propio sentido paisajístico. En definitiva, pintura sobria, de acentuada rigurosidad y fuerte gestualidad.

La exposición de Lola Montero en la galería Benot nos reencuentra con una pintura llena de sentido; sin reveses ni dudas; justa en conformación plástica; sin excesos ni efectismo que distorsionan y distraen; portadora de la mejor esencia expresiva e ilustradora de un paisaje determinante donde no tienen cabida las medias tintas. Muestra que nos plantea la absoluta vigencia de la buena pintura y el rigor artístico de quien la hace posible.

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