El Puerto: El colegio José Luis Poullet abre sus puertas a medio siglo de Historia

Distinguido recientemente con la Medalla de Oro de la ciudad, el conocido centro escolar de la zona Sur conmemora sus cincuenta años de labor educativa

Medalla de oro para el colegio José Luis Poullet

Una imagen de la inauguración del colegio José Luis Poullet, el 1 de octubre de 1974.
Una imagen de la inauguración del colegio José Luis Poullet, el 1 de octubre de 1974. / Rafa

El Puerto/Aquel primer curso empezó con retraso y por la demora pidió perdón a las familias el mismísimo gobernador civil, Antolín de Santiago y Juárez, pretextando falta de mobiliario. Era la tarde del uno de octubre de 1974 y al evento, del que se hizo eco Diario de Cádiz, no faltó nadie importante, porque se dieron cita, además, el delegado provincial de Educación y Ciencia, el subjefe provincial del Movimiento y, por supuesto, el entonces alcalde de El Puerto, Fernando T. de Terry Galarza con la Corporación Municipal y demás autoridades locales. El Reverendo Padre don Manuel Salido pasó a bendecir el nuevo edificio y quedó así inaugurado el Colegio Nacional Comarcal José Luis Poullet Martínez. Colegio porque la expansión de la zona sur de la ciudad necesitaba dar respuesta educativa a una población joven y numerosa, Nacional porque aún faltaba para lo de las transferencias autonómicas, y Comarcal porque, además de a los críos avecindados en los alrededores, acogería a una amplia amalgama de alumnos que incluía a los de las escuelas rurales del término municipal. El nombre con el que se rotuló el centro era el homenaje a un profesor de imborrable recuerdo para toda una generación de portuenses.

Se trataba, en palabras del delegado provincial, de dar cumplimiento con aquellas flamantes instalaciones a los planes del Ministerio de Educación y Ciencia, que había declarado la geografía gaditana como piloto para la implantación del la Ley General de Educación de 1970, la Villar Palasí, innovadora y valiente, que se adelantó a la España que vendría después y marcó, con su robusta columna vertebral, la EGB, a la generación de Barrio Sésamo, el pan con chocolate y los zapatos Gorila. La inversión, desde luego, era ambiciosa porque sobre lo que fue un eucaliptal conocido como La Gimnástica se había erigido, con una estructura singular adaptada a la corriente didáctica del momento, un proyecto formado por dos módulos hexagonales y un cuerpo central que los unía, con instalaciones nada comunes en la época: dieciséis aulas, biblioteca, laboratorio, sala de Pretecnología, sala de medios audiovisuales, seis tutorías, despachos de administración, sala de profesores, gimnasio con servicios y duchas con agua caliente, patio de recreo y pistas deportivas, cocina, despensa, comedor y vivienda del conserje. Un despliegue de infraestructuras entre la Puntilla, las dunas de San Antón y el ya entonces abandonado estadio Eduardo Dato, cuya envidiable extensión se quedaría pequeña cuando el prestigio del colegio fue creciendo al tiempo que lo hacían las nuevas barriadas de los alrededores. Casi mil quinientas matrículas de baby boomers llegó a sumar el que fue motejado como La Pantera Rosa, lo que obligó a sucesivas ampliaciones y a convertir en aula todo lo que pudiera albergar a tantísimo escolar. Fueron años de crisis económica, de penurias en un rincón de la ciudad que vio hundirse al que había sido sólido sector pesquero y tuvo que cargar con un desempleo insoportable. Tiempo de dificultades, con repercusión en los más pequeños, al que supieron dar respuesta, con vocación pedagógica y social, maestros y maestras con el apoyo de las primeras asociaciones de padres. Trabajo en equipo que vio llegar la nueva ley general de educación, la LOGSE, tras la que desaparecían de los centros de Primaria los últimos dos cursos, séptimo y octavo. Aquel descenso del alumnado, unido a la progresiva caída de la natalidad y a la apertura de nuevos centros en las inmediaciones empujaron al desván de la historia las clases de cincuenta alumnos y un patio de recreo donde era imposible emprender una carrera sin acabar colisionando con la testa de un compañero. Hoy, aquel Colegio Nacional Comarcal es un CEIP perteneciente a la Consejería de Desarrollo Educativo y Formación Profesional, con 245 alumnos, servicios complementarios de comedor y aula matinal, actividades extraescolares, planes transversales de animación a la lectura, igualdad de género, educación para la paz y transformación digital, entre otras temáticas, sustentado todo ese proyecto por un claustro de 23 docentes, muchos de los cuales no habían nacido la tarde del 1 de octubre de 1974. Los estudiantes de ahora mismo, y todos los que aprendieron en Poullet, están invitados a soplar cincuenta velas en unas jornadas de puertas abiertas el lunes, nueve de junio, desde las seis de la tarde. Con diferentes edades, recuerdos intransferibles y experiencias propias, a todos los unirá, sin embargo, un paisaje escolar común, el mismo aliento agradecido e idéntica ilusión por el largo futuro de su colegio.

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