Isabel Vázquez: la danza es una mujer que baila libre

Artes escénicas

La coreógrafa estrena este fin de semana en la sala Cuarta Pared de Madrid ‘Zambra de la buena salvaje’, su regreso a los escenarios como bailarina a los 60 años.

Una hermosa y dinámica fantasía barroca

Isabel Vázquez, en un ensayo la pasada semana en la sede de Danza Mobile.
Isabel Vázquez, en un ensayo la pasada semana en la sede de Danza Mobile. / Gabriel Hinojosa
Braulio Ortiz

21 de mayo 2025 - 06:31

Isabel Vázquez estrenó hace una década el espectáculo Hora de cierre, un emocionante solo en el que la sevillana celebraba sus 50 años de vida y creía interpretar, aturdida por los cambios que experimentaba entonces su cuerpo, un último baile con el que se despedía del público. La intérprete lo desconocía entonces, pero esa cancela que bajaba de forma metafórica en aquel montaje dejaba una rendija abierta a la luz y a la vida: Vázquez prolongaría su carrera como coreógrafa y directora con exitosas propuestas como La maldición de los hombres Malboro y Archipiélago de los desastres, aventuras en las que se apoyaba en el gesto y la carne de otros compañeros para contar sus historias. La experiencia le demostró a la creadora que ese paso a un lado con el que se apartaba de los focos no era, como se había figurado, definitivo: mientras los protagonistas de sus obras se preparaban en el camerino, ella se encaminaba al escenario y se ponía a bailar. La “necesidad” por expresarse seguía intacta, y todavía, se daba cuenta entonces, quedaban muchas cosas que decir.

Vázquez (Sevilla, 1964) estrena este fin de semana en la sala Cuarta Pared, dentro del Festival Madrid en Danza, Zambra de la buena salvaje, su reencuentro con el público, como bailarina, a los 60 años. Las notas del espectáculo remiten a una anécdota de Pau Casals, cuando el violonchelista se convertía en nonagenario y alguien le preguntó por qué seguía trabajando. El hombre no lo dudó: creía, dijo, que estaba progresando. “Leí esa frase por casualidad y me encantó. Yo no entiendo a la gente que se retira, en particular cuando te dedicas a algo por lo que sientes vocación. El escenario es duro, pero las ganas de bailar no se van nunca”, asegura la coreógrafa. Como Casals, Vázquez podría presumir igualmente de seguir aprendiendo. “El conocimiento que me da de mi cuerpo, de mí misma, el retarme de esta manera me parece alucinante”, opina sobre un proceso que está viviendo con curiosidad y asombro. “Después de años dirigiendo bailarines resulta apasionante investigar cómo el movimiento que yo imaginaba para otros me viene de vuelta, cómo llega a mí, cómo lo recibo”, explica.

El espectáculo debe su nombre a la onubense Ruth Rubio, que firma una dramaturgia en la que se cuelan ecos de Rousseau, Deleuze y Donna Haraway. “Ella suele meter en el título algún palo flamenco. Para Raquel Madrid [y la compañía 2 Proposiciones] escribió Still? Tientos de la ruina futura, y para mí ha pensado esta Zambra”, cuenta Vázquez. Esa danza que “se bailaba descalza y que estuvo prohibida por la Inquisición” se ajustaba a los temas que las creadoras deseaban explorar: el peso de las normas impuestas, la búsqueda de la libertad. La buena salvaje de esta obra conquista su independencia en otro registro distinto a lo jondo, al son de Nina Simone. “Es el momento en el que me libero. Una de las cosas que estoy haciendo en este espectáculo es permitirme hacer todo lo que no me permití antes, por las convenciones, por vergüenza. Este espectáculo trata de cómo nos condiciona la mirada de los otros, cómo nos reprimimos ante la sociedad, y aquí me he dicho: Isa, lo que tienes que hacer es romper con eso. Y yo he querido usar toda mi vida el My Way de Nina Simone, pero me frenaba que la gente pudiese verlo como un tema manido y fácil. Al fin me he lanzado, y esta es mi zambra”.

“El escenario es duro, pero las ganas de bailar no se van nunca”, afirma la creadora sevillana

Porque Vázquez, confiesa, está “cansada” de “ser amable, correcta, diplomática. Cuando me hacían críticas a menudo me definían como elegante, una palabra que he llegado a odiar. Supongo que eso está en mi naturaleza, pero yo sentía que aparte de eso era muchas más cosas, y no entendía muy bien por qué no las veían”, reconoce la bailarina, que en una escena suprimida finalmente “mataba a Audrey Hepburn, con la que tantas veces me han comparado”.

Esta Zambra de la buena salvaje es la crónica de una sedición, el baile de una mujer que rompe el molde que la ha aprisionado y abraza, sin temor al qué dirán, sus desdoblamientos y contradicciones. “El miedo a no encajar nos hace comportarnos de una manera, como nos perciben los demás. Nos parece que somos de una forma, pero tal vez estamos respondiendo a lo que quieren de nosotros”, argumenta Vázquez. “Adoptamos preceptos que creemos que son nuestros, y en realidad son heredados. En un ámbito como la danza eso pesa especialmente. Estás enfrentándote a un público, y a un gremio, y no quieres hacer nada que se salga del camino”.

Isabel Vázquez.
Isabel Vázquez. / Gabriel Hinojosa

“Es curioso, porque al repasar mi trabajo, no sólo las producciones que he estrenado con mi compañía, también lo que hice en el Centro Andaluz de Danza, me he dado cuenta de que siempre he hablado de lo mismo: de los raros, de los que no se adaptan. No lo tenía tan claro, pero me he sido fiel a lo largo de los años”. Vázquez se analiza a sí misma, pero, aclara, “yo no hago obras terapéuticas. Este es un espectáculo crudo, aunque tiene mucha poesía y, sobre todo, mucho humor”. En los ensayos, mientras juntaba las piezas junto a Ruth Rubio y el director Alberto Velasco, sentía “pudor, no quería que saliera algo autobiográfico, pero Ruth me hablaba del yo coral, lo decía muy bonito: Isabel, en este espectáculo, contiene a todas las mujeres. Imagino que partes de lo individual y acabas siendo universal. En Hora de cierre me encontré a muchas espectadoras que se sentían identificadas con lo que planteaba, que pasaban por mi momento vital”.

La intérprete concibió aquel montaje de 2014 como una despedida de los escenarios, aunque por fortuna sus predicciones erraron. “Entonces tenía 49 años, y sentía enfado, me habían expulsado del sistema. Y ya no sólo del sistema, sino de mi propio cuerpo, porque empezaba con la menopausia, y mi cuerpo no me acompañaba. Pensé que me cortaba la coleta”, recuerda Vázquez. “Hay muy pocas bailarinas de mi edad que sigan en escena. Y a mí, cuando me han ofrecido algo, ha sido para hacer de mujer mayor. ¿Por qué? En Archipiélago de los desastres coincidían Javier Centeno, que es un veterano, y Lucía Bocanegra, que es veinteañera, pero simplemente como personas que están viviendo algo juntos, no como el mayor y la jovencita”. La Zambra de la buena salvaje, producida como los anteriores trabajos de Vázquez por Elena Carrascal, desmonta la idea de que “la danza es únicamente virtuosismo, es potencia, es energía. Hay mucho más”, reivindica la sevillana. También es una mujer que es todas las mujeres, que sabe que en su edad hay un patrimonio y baila una canción que la define.

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