Carlos Navarro

La ‘eventitis’

La aldaba

28 de junio 2025 - 03:04

El éxito se mide por la cantidad de eventos que acoge una ciudad, los turistas que recibe y las luces de Navidad. Sufrimos una eventitis galopante. La vida cotidiana, serena y enriquecedora está devaluada. El normal funcionamiento de las ciudades se da por hecho cuando no es lo habitual. Si hay servicios que no se prestan con calidad no ocurre nada siempre y cuando se pueda presumir de eventos: grandes congresos, galas de entregas de premios, acontecimientos deportivos, cifras de visitantes, aperturas de nuevos negocios, etcétera. Movimiento, se trata de que haya mucho movimiento. A los alcaldes de España les dio un día por soterrar los contenedores, construir centros de interpretación, inaugurar observatorios y crear carriles bici. La política es como los bares globalizados: todos sirven las mismas croquetas porque los proveedores son los mismos. Hoy se trata de ejercer de anfitrión y de vender la marca de la ciudad que corresponda. Las grandes urbes sufren los efectos de la fiebre marquetiniana, la necesidad de “competir en circuitos” y de salir de los términos municipales para cazar el mamut del turista de calidad. El debate sobre el funcionamiento de los servicios municipales queda orillado porque cualquier anomalía o deficiencia se justifica por los excesos a los que nos ha arrastrado la sociedad surgida de la pandemia. Las ciudades son grandes salones de celebraciones para gente que siempre viene de fuera. Las ciudades son estructuras que se ajustan y adaptan al visitante. El vecino ha perdido protagonismo en Madrid, Barcelona, Valencia, Sevilla, Málaga, Granada... Y la lista crece. Todos son eventos en la vida urbana y en las particulares. Ningún fenómeno es aislado o sectorial. Aquí tienen eventos desde los niños de la guardería hasta los de las universidades. ¿Desde cuándo las universidades públicas organizan ceremonias para entregar las becas de graduación al estilo norteamericano? Desde que comenzó la competencia con las privadas en la captación de alumnos y, por tanto, hay que montar un acto social con tintes académicos para que los familiares puedan colocar en las redes sociales las fotos con los mensajitos cursis de los papás. Aquí el que no publica una graduación es porque no quiere. Y las ceremonias de toda la vida (bodas, bautizos y comuniones) también adoptan el formato de los eventos profesionalizados. La vida no es una tómbola, sino un evento. Y no de luz y color, sino de ciudades y particulares. De evento en evento hasta la victoria final. La eventitis se cura con la siguiente crisis económica. Mientras, podemos seguir el consejo del tonto de guardia. “A disfrutar y darlo todo”.

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