
En tránsito
Eduardo Jordá
Siluros
Alto y claro
El caso de la que se llamó Fundación Andaluza Fondo de Formación y Empleo, alias –en el sentido delincuencial del término– Faffe, es uno de los ejemplos más acabados en la historia de la democracia de cómo se crea una maquinaria corrupta para poner el dinero de los contribuyentes al servicio de los intereses particulares de unos pocos. Vaya por delante, no a modo de excusa no pedida, sino para que el lector tenga el contexto necesario, que el PSOE no es el único partido que se dedicaba a estos tejemanejes despreciables ni Andalucía el único territorio escenario de fechorías similares. Echen un vistazo a lo mucho publicado en los últimos años sobre el Partido Popular de Madrid o Valencia y podrán dibujar un mapa parcial de cómo la corrupción es una mancha de aceite que ha ensuciado a casi todos.
De la Faffe ya se sabía que era un coladero puesto al servicio del partido para situar a afines y cumplir compromisos con compañeros de viaje, aunque no fueran de estricta militancia socialista. De paso, los fondos que manejaba, que no eran escasos, se utilizaban también para que sus dirigentes se corrieran juergas carísimas es prostíbulos finos y seguro que también para otras cosas de las que nos terminaremos enterando.
Todo ello había quedado ya acreditado en investigaciones judiciales. Pero las últimas revelaciones publicadas por este periódico dejan negro sobre blanco que la Faffe era una auténtica fábrica de enchufes. Más de ochenta casos de paniaguados acredita la investigación de la Unidad Central Operativa de la Guardia Civil, todos ellos con nombres y dos apellidos y con el vínculo familiar o partidista que les permitía entrar en la fundación y cobrar todos los meses sin que tuvieran que autentificar ninguna preparación para el puesto. Como no hay que sacralizar las investigaciones de la UCO, supongamos que algunos casos no queden suficientemente demostrados en la investigación judicial. Aun así, lo que ya consta es suficiente para cubrir de vergüenza a los que los organizaron y también a los que desde lo alto de la Junta de Andalucía miraron para otro lado.
La Faffe era un campo sin vallar dedicado a malversar con dinero que se debía dedicar a la formación de los parados. Se hacía con esa sensación de impunidad que es denominador común de todos los casos de corrupción que han marcado la vida española en las últimas décadas y que no tiene ninguna pinta de que vayan a acabar.
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