
Balas de plata
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Esta semana uno de mis hijos ha estado en el ortodoncista. Le acaban de poner aparato, que no es que sea un drama -pocos adolescentes hoy se libran de los brackets- pero tampoco es como para hacer una fiesta. Sin embargo, en mi casa se ha celebrado. Hemos aplaudido que la sanidad, aquí en Francia, nos cubra el tratamiento, que la salud dental no sea una ruina. Hace unos meses hicimos otra fiesta, en este caso, en la óptica. Nos ajustamos las dioptrías y hubo que pedir gafas nuevas para mi marido y para mí, porque con las que teníamos no tirábamos. Nos salieron gratis.
No seré yo quien defienda el sistema sanitario francés sobre el español porque en todas partes cuecen habas. Pero en esto les reconozco la sensatez.
Nunca he entendido por qué un sistema sanitario universal excluye de sus coberturas tratamientos tan esenciales como estos. Llevar gafas no es ningún capricho, nadie con un mínimo de dioptrías puede pasar sin ellas. Muchos otros tratamientos crónicos están cubiertos, y otros dispositivos comparables a las gafas en el sentido de que son ‘ayudas’ externas, como los marcapasos, también.
De modo que si su utilidad como elemento para la salud está fuera de dudas, imagino que el problema será presupuestario. No ya por el precio unitario de unas gafas (baratas no son, pero más económicas que un marcapasos, seguro), sino más bien por la cobertura: más del 60% de la población española usa gafas. A mí estos números, más que alarmarme por el gasto público que puede suponer su inclusión en el catálogo de la Seguridad Social, me reafirman aún más en su carácter de necesidad básica y universal.
Hace solo un mes se aprobó en el Congreso considerar la iniciativa surgida, precisamente, en el Parlamento Andaluz para cubrir, al menos, a los menores. Confiemos en que el momento de su tramitación la confrontación partidista no ciegue a la clase política, que tengan altura de miras para abordar un tema tan fundamental como la salud visual. Y al tema del dentista, ya le hincaremos el diente otro día.
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