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Podredumbre mental o, como lo llamó el papa Francisco, “putrefazione cerebrale”, es una expresión bastante adecuada para lo que el Oxford English Dictionary consideró la palabra del año 2024: brain rot. Designa los efectos perniciosos causados en la mente de quien consume sin parar contenido de baja calidad en internet, y fue palabra del año porque está en todas partes.
La imagen que todos podríamos aplicar a este fenómeno nos es familiar: un niño pequeño pegado a un móvil en un restaurante, o un adolescente haciendo scroll infinito en un autobús de línea, dejando caer el cuello y la vista, como hojas muertas, en la pantalla, entreteniendo a los pasajeros con un irritante desfile de canciones que nunca brotan del todo.
Lo que es irritante no es tanto la canción sino el salto. Uno de los síntomas más claros de la podredumbre mental es la incapacidad de fijar la atención en una sola cosa durante un tiempo determinado. Ese salto es el mensaje de un cerebro empachado de dopamina, como el de una rata en la jaula de un laboratorio. La principal causa aparente es el móvil, esa droga que a todos nos llovió de repente y nos dejó más solos que nunca.
Pero también a los que no somos adolescentes nos acosa esta forma de consumo, porque el móvil es eso, sólo una causa en apariencia. La verdadera razón de esta pandemia es algo a lo que Shoshana Zuboff llamó capitalismo de vigilancia: la colonización de nuestra atención, nuestros espacios íntimos y nuestra vida. Resulta llamativo pensar que Google no supo en sus inicios rentabilizar su motor de búsqueda, y que halló la solución en la venta de nuestros datos. Cada segundo que estamos conectados a internet es una mina de oro, y no sólo para publicistas, como demostró el eficaz uso de la información de los usuarios de Facebook por parte de Cambridge Analytica en los años de la primera victoria de Trump.
La lógica de este sistema, lo llamemos o no con los términos de Zuboff, determina que cada cosa que hagamos puede explotarse para el beneficio de unos pocos. Y esta lógica totalitaria lo impregna todo. Lo que antes era gratis ahora cuesta algo, y lo que hoy es barato malbarata nuestro tiempo.
Lo que peor llevo son las interrupciones. Esos vídeos largos que antes podías ver sin pausa en Youtube ahora son invadidos cada cinco minutos por un diálogo que a muchos ya se nos aparece en nuestras pesadillas: “¡Antonio Lobato! ¿Quieres saber cuánto vale tu coche? ¡Sí, claro!”. En ese momento, nuestro mejor aliado es el botón de Saltar. Y lo esperamos con el dedo presto, como ratas que esperan, felicísimas, su bolita de basura.
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